Los que me inspiran


"Así, cada iglesia, cada religión, cada comunidad humana, es sólo un lugar de paso, una tienda sobre la tierra, para peregrinos que están en su camino a la ciudad de Dios." Bede Griffiths

"Debemos expresar apasionadamente nuestra visión y cada uno debe gritar del modo en que mejor sepa hacerlo" Ken Wilber



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sábado, 11 de abril de 2015

Evocación: Padre Bede Griffiths




Padre Bede Griffiths, místico y monje (1)

   El padre Bede Griffiths es la primera evocación que quiero hacer en este blog, que entre otros temas, hace referencia a los místicos. Como mística que soy, he buscado a otros místicos a lo largo de mi peregrinaje, hermanos mayores, que pudieran aconsejarme, guiarme, comprenderme. Y entre ellos se destaca el inolvidable padre Bede, de quien conservo hermosos recuerdos, además de mi nombre Savitri, que recibí de él en una bella y sencilla ceremonia.
   Lo conocí durante el año 1983, cuando llegué a su ashram guiada por muchas señales que habían comenzado a aparecer ya antes de partir, y que se fueron repitiendo durante mis primeros meses en India. Y el tiempo que pasé en su proximidad fue un tiempo de plenitud, de comprensiones, de armónica y elevada energía. Esa era la atmósfera que se vivía en su ashram y de la cual  participábamos -en mayor o menor medida- todos los que allí estábamos.
   En este post me referiré a la época menos conocida del padre, no sus años de vida y actividad pública, de viajes y conferencias, de encuentros con líderes espirituales y religiosos, de publicación de libros, sino la época que precedió a todo eso: sus años de juventud y de nacimiento de su vocación, todo lo cual está testimoniado por él mismo en su libro The Golden String.
   Su autobiografía comienza con la descripción de una experiencia vivida en su temprana juventud, experiencia que como él dice “las palabras sólo pueden sugerir lo que significó.” Y así lo expresa: “… fui súbitamente consciente de otro mundo de tal belleza y misterio que nunca hubiera imaginado que existiera…”
   A partir de ahí fue frecuente en el joven Griffiths la vivencia de inusuales emociones al relacionarse con la naturaleza, principalmente al atardecer. Y la naturaleza comenzó a tener para él una cualidad sacramental,  como si estuviera en presencia de un insondable misterio.
   Estas vivencias, que pueden acontecer en circunstancias que las propician, nos “liberan del flujo del tiempo… sabemos que hay otra dimensión en la existencia… es algo más allá de las palabras lo que ha sido revelado.”
   Pero Bede Griffiths confiesa que esas primeras experiencias en vez de acercarlo a la religión lo alejaron de ella, incapaz de encontrar en las viejas fórmulas la presencia de Dios. En cambio intentó -con dos amigos de Oxford, donde estudiaba- un retorno a la naturaleza. Era el año 1930, cuando el mundo occidental parecía estar derrumbándose.
  Griffiths y sus amigos compraron una antigua casa de piedra, en un poblado entre colinas, y también un par de vacas que iban a proveerlos de leche. La casa era sencilla, no tenía ni agua ni luz (el agua se sacaba de un pozo común a todo el poblado) y la amueblaron con lo imprescindible, comprado de segunda mano o encargado a artesanos locales. Su propósito era prescindir de los productos de la revolución industrial, al menos tanto como fuese posible. Sus colchones estaban rellenos de paja, y se alumbraban con velas, las cuales les permitían incluso leer,  además de crear  “una atmósfera de indescriptible belleza”. La vajilla era de barro y cerámica, hecha para ellos por un amigo artesano, quien también era músico y experto en cultura china.
   Los jóvenes hicieron una huerta que los proveyó de vegetales y trataron de no usar nada que no fuera obtenido localmente. Así desaparecieron el café, el té, el azúcar y el tabaco.
   Sus vidas se ajustaron al ritmo natural. Se levantaban muy temprano, para buscar agua y ordeñar las vacas. No compraban periódicos, ni libros modernos, ni escuchaban música en el gramófono. Leían la literatura de los siglos XVI y XVII, e incluso anterior. Al principio usaban bicicletas, pero luego las descartaron y compraron un caballo. Y cuando Griffiths visitaba a su familia, lo hacía caminando, en jornadas que lo llevaban al modo de vida de siglos anteriores.
   Además de sus lecturas de antiguos filósofos, Griffiths comenzó a leer la Biblia, al principio solo con un interés literario. Veamos como lo cuenta él mismo:
   “La vida que llevábamos en este solitario poblado entre colinas, pasando mucho tiempo al aire libre, observando los cambios de estación y la rutina de la vida en las granjas cercanas, le dio a las historias de la Biblia una cercana realidad… El escenario del Antiguo Testamento era el  escenario de nuestras propias vidas…”
   Lector de los grandes poetas, percibió en algunas partes del Antiguo Testamento una calidad poética comparable a la de Sófocles o Shakespeare, debido a su profunda comprensión del sufrimiento humano. En el Libro de Job le pareció encontrar la esencia de la revelación del Antiguo Testamento:
   “No era una explicación racional de la naturaleza de Dios… era el registro de una experiencia, de un encuentro con Dios, la Suprema Realidad, que había cambiado la vida de los hombres… eran experiencias del alma que daban un nuevo significado a la existencia…”
   De allí pasó a la lectura del Nuevo Testamento, lectura que lo llevaría gradualmente al despertar de su vocación religiosa y a su inclinación hacia el catolicismo, lo cual iba en contra de su educación anglicana.
   ¿Y cómo terminó la experiencia de vivir en condiciones de extrema simplicidad?  “Nuestra actitud hacia la vida había sido cambiada radicalmente…” Los tres amigos tomaron rumbos diferentes en sus vidas, pero esa experiencia, que apenas había durado un año, los marcó para siempre.


Todas las citas son extractos de:
       The Golden String, an autobiography. Bede Griffiths. Collins. Glasgow.  


Estas fotos fueron tomadas entre febrero y marzo del año 1983, en el ashram del padre Bede Griffiths. Están escaneadas (en aquellos tiempos no había fotos digitales) y por eso la imperfecta definición. 

Evocación: Padre Bede Griffiths - continuación


Padre Bede Griffiths, místico y monje (2)

   Paulatinamente, se fue desarrollando en él un intenso misticismo. Este proceso, minuciosamente narrado en su autobiografía, lo fue conduciendo a prácticas de gran austeridad, como el ayuno, hacia el cual sentía una fuerte inclinación, en parte porque le facilitaba una mayor claridad mental, y también más fervor e intensidad en sus plegarias.
   Y aunque por algún tiempo volvió a llevar una vida aparentemente normal, al radicarse en Londres (para trabajar con los pobres) sintió al mundo que lo rodeaba como violentamente opresivo.
   Después de una serie de conflictos interiores, fue guiado internamente hacia un glorioso despertar. Y lo sintetiza así:
   “A través de todos estos años yo había pensado que había estado buscando a Dios… bajo las formas de la naturaleza… en la belleza que había encontrado en los poetas; en la verdad que la filosofía me había abierto… en la revelación del Cristianismo… Ahora repentinamente vi que todo el tiempo no fui yo quien había estado buscando a Dios, sino Dios quien había estado buscándome… Había renacido. Yo no era más el centro de mi vida, y entonces pude ver a Dios en todo.” 
   Enfrentado a las luchas y confusiones internas que la mayoría de los contemplativos padecen al despertar en ellos ese estado, se refugió en la lectura de los místicos de otros tiempos, y en el retiro en soledad para resolverlo. Encontró y alquiló una humilde casita en los bosques, sin luz ni agua corriente. Y tuvo que hacer frente a dos tendencias contradictorias en él: una que lo empujaba a crecientes prácticas ascéticas, como el ayuno y largas horas en oración, incluso durante la noche, y otra que le decía que no debía desequilibrarse. Después de mucho conflicto, la orientación interna le impuso un mayor equilibrio, y entonces dedicó parte de su tiempo a tareas sencillas en el campo, que se sumaron a sus prácticas contemplativas y a sus estudios.
   Distintas circunstancias lo condujeron a un monasterio Benedictino, donde descubrió “el secreto de la Oración”, la Oración como aliento de la vida, tan importante y cotidiana como el alimento y el sueño. Es en ese monasterio que Griffiths encontró el modo de vida que había estado buscando. Y es allí donde se ordenó como monje benedictino.
   Quisiera concluir este testimonio con alguno de mis recuerdos, que datan de 1983, cuando el padre Bede Griffiths ya era una figura pública,  ya había escrito la mayoría de sus libros, y mucha gente acudía a su ashram para conocerlo y pasar algún tiempo cerca de él.
   La generosidad con la que brindaba sus conocimientos y su tiempo todavía me asombra. Compartía todas las comidas con nosotros, daba tres misas diarias, una charla todas las tardes, y además estaba siempre disponible para escucharnos en privado si lo necesitábamos. Bastaba con acercarse a su pequeña y humilde morada, y esperar a unos pasos de distancia a que él  -sentado delante de la ventana- nos viera. Entonces, eran su sonrisa y un gesto, que invitaban a acercarse y hablar. Y en sus respuestas aparecía siempre la voz de la sabiduría, esa sabiduría que proviene de la comprensión hacia el otro, de la empatía.
   Emanaba de su persona una energía amorosa, una bondad verdadera, algo que parecía venir desde su corazón y tocar el nuestro. Estar cerca de él era una bendición, y el tiempo que pasé en su ashram se encuentra entre los períodos más hermosos de mi vida.


   Todas las citas son extractos de:
       The Golden String, an autobiography. Bede Griffiths. Collins. Glasgow.             
          




En la primera foto de arriba el padre Bede está dando diksha (Iniciación)
En la foto del medio está Savitri Ingrid Mayer sentada en el pasillo de la biblioteca del ashram (Shantivanam)
Y la siguiente es el padre Bede caminando por los senderos del ashram
Todas las fotos son scaneo de los originales, y están tomadas entre febrero y marzo del año 1983, en Shantivanam, el ashram del padre Bede Griffiths.