Padre Bede Griffiths, místico y monje (2)
Paulatinamente, se fue desarrollando en él un intenso misticismo. Este
proceso, minuciosamente narrado en su autobiografía, lo fue conduciendo a prácticas
de gran austeridad, como el ayuno, hacia el cual sentía una fuerte inclinación,
en parte porque le facilitaba una mayor claridad mental, y también más fervor e
intensidad en sus plegarias.
Y aunque por
algún tiempo volvió a llevar una vida aparentemente normal, al radicarse en
Londres (para trabajar con los pobres) sintió al mundo que lo rodeaba como
violentamente opresivo.
Después de
una serie de conflictos interiores, fue guiado internamente hacia un glorioso
despertar. Y lo sintetiza así:
“A través de todos estos años yo había pensado
que había estado buscando a Dios… bajo las formas de la naturaleza… en la
belleza que había encontrado en los poetas; en la verdad que la filosofía me
había abierto… en la revelación del Cristianismo… Ahora repentinamente vi que
todo el tiempo no fui yo quien había estado buscando a Dios, sino Dios quien
había estado buscándome… Había renacido. Yo no era más el centro de mi vida, y
entonces pude ver a Dios en todo.”
Enfrentado a
las luchas y confusiones internas que la mayoría de los contemplativos padecen
al despertar en ellos ese estado, se refugió en la lectura de los místicos de
otros tiempos, y en el retiro en soledad para resolverlo. Encontró y alquiló
una humilde casita en los bosques, sin luz ni agua corriente. Y tuvo que hacer
frente a dos tendencias contradictorias en él: una que lo empujaba a crecientes
prácticas ascéticas, como el ayuno y largas horas en oración, incluso durante
la noche, y otra que le decía que no debía desequilibrarse. Después de mucho
conflicto, la orientación interna le impuso un mayor equilibrio, y entonces
dedicó parte de su tiempo a tareas sencillas en el campo, que se sumaron a sus
prácticas contemplativas y a sus estudios.
Distintas
circunstancias lo condujeron a un monasterio Benedictino, donde descubrió “el
secreto de la Oración”, la Oración como aliento de la vida, tan importante y
cotidiana como el alimento y el sueño. Es en ese monasterio que Griffiths
encontró el modo de vida que había estado buscando. Y es allí donde se ordenó
como monje benedictino.
Quisiera
concluir este testimonio con alguno de mis recuerdos, que datan de 1983, cuando
el padre Bede Griffiths ya era una figura pública, ya había escrito la mayoría de sus libros, y
mucha gente acudía a su ashram para conocerlo y pasar algún tiempo cerca de él.
La
generosidad con la que brindaba sus conocimientos y su tiempo todavía me
asombra. Compartía todas las comidas con nosotros, daba tres misas diarias, una
charla todas las tardes, y además estaba siempre disponible para escucharnos en
privado si lo necesitábamos. Bastaba con acercarse a su pequeña y humilde
morada, y esperar a unos pasos de distancia a que él -sentado delante de la ventana- nos viera.
Entonces, eran su sonrisa y un gesto, que invitaban a acercarse y hablar. Y en
sus respuestas aparecía siempre la voz de la sabiduría, esa sabiduría que
proviene de la comprensión hacia el otro, de la empatía.
Emanaba de su
persona una energía amorosa, una bondad verdadera, algo que parecía venir desde
su corazón y tocar el nuestro. Estar cerca de él era una bendición, y el tiempo
que pasé en su ashram se encuentra entre los períodos más hermosos de mi vida.
Todas las
citas son extractos de:
The Golden String, an autobiography. Bede Griffiths. Collins. Glasgow.
En la primera foto de arriba el padre Bede está dando diksha (Iniciación)
En la foto del medio está Savitri Ingrid Mayer sentada en el pasillo de la biblioteca del ashram (Shantivanam)
Y la siguiente es el padre Bede caminando por los senderos del ashram
Todas las fotos son scaneo de los originales, y están tomadas entre febrero y marzo del año 1983, en Shantivanam, el ashram del padre Bede Griffiths.
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