Las grandes novelas son novelas integrales
Después de haber leído mucho, a lo largo de
mi vida, y después de bastante tiempo escribiendo, he llegado a la conclusión
de que escribir pasablemente una obra de ficción es solamente una cuestión de
técnica, de oficio. Con un buen manejo del lenguaje y un trabajo concienzudo en
los aspectos narrativos, cualquier escribidor (término que le gusta a Vargas
Llosa) confecciona una novela presentable. Por eso hay tantos best sellers, que
venden mucho, pero novelas insustanciales, que solamente buscan entretener. No
tengo nada contra eso, cada uno es libre de perder el tiempo como más le
plazca, pero no es -a mi juicio- una literatura interesante.
Me interesan las obras literarias que me
dejan impresiones imborrables. Las que me enseñan, me sacuden, me
conmueven. Las que reflejan mis ansias e
inquietudes.
Ninguna gran novela deja de revelar la
complejidad humana. Ninguna gran novela es artificiosa o superficial. Son profundas,
aluden a lo esencial. Nos gusta releerlas, y en cada ocasión encontramos algo
nuevo en ellas.
Y me conmueven las que manifiestan seres
reales, seres de carne y hueso. Cuando leía Sobre Héroes y Tumbas, de Ernesto
Sabato, era muy joven y trabajaba en una
librería del centro de Buenos Aires. Iba al mediodía a comer a un bar que
aparece en la novela, y allí me sumergía apasionadamente en sus páginas, casi
con la presencia fantasmal de sus protagonistas, Martín y Alejandra, a quien no
me hubiera asombrado ver aparecer en alguna mesa, tan intensamente me había
sumergido en su mundo. Sábato los había creado de un modo magistral y se habían vuelto casi reales para mí.
Detrás de toda gran obra de ficción, suele haber un escritor y persona
interesante, con ideas, con cierta experiencia de vida, con valores. Los grandes
escritores son intelectuales, y una función de los intelectuales es
la reflexión: reflexión acerca de sí mismos, acerca de los demás, acerca de la
sociedad, acerca de la vida y acerca del universo. Los intelectuales indagan en
los temas medulares, y los novelistas lo hacen mediante la ficción.
Y los grandes escritores de ficción reflejan
verdad en lo que escriben: se reflejan a sí mismos, a las personas que
conocen, a las historias que han vivido, a las realidades que comprenden.
Escriben con la verdad, y por eso las grandes novelas se sienten como algo
auténtico: conscientemente o no los lectores perciben autenticidad en
ellas, perciben verdad.
Toda gran historia de ficción es
integral, indefinible en géneros o temas. En ella está la vida misma, y en
la vida misma hay de todo. ¿Cómo poner dentro de un género a Guerra y Paz, de
Tolstoi, o a Sobre héroes y tumbas? Ningún aspecto de nuestra humanidad está
ausente de las grandes narraciones, aunque se enfatice en la trama algunos
aspectos sobre otros.
Pero incluso en la literatura que se
inscribe en un género, cuando se trata de un gran escritor, la realidad, los temas importantes, están presentes. Eso ocurre en los escritos
de Ray Bradbury, que a pesar de ser fantasía o ciencia ficción muestran, aunque
exagerada, distorsionada, a la realidad. O en el Realismo Fantástico de Gabriel
García Márquez, quien por detrás de su desmesura imaginaria muestra profundas
verdades. O en las novelas de Kafka, parecidas a los sueños,
pero que tan fielmente reflejan aspectos esenciales de lo real.
Y la
gran literatura no envejece. Todavía
hay gente que lee al Quijote, (no solamente los estudiantes) y eso que leerla
en ese castellano antiguo que exige recurrir al diccionario constantemente es
trabajoso. Las obras de Shakespeare -incluyamos al teatro en nuestro
comentario- siguen representándose en todos los teatros del mundo y se hacen
películas basadas en ellas. Y muchos jóvenes están hoy en día descubriendo al
gran Tolstoi y leyendo sus novelas escritas en el siglo XIX.
¿Y por qué ocurre esto? Porque al tocar los
temas de siempre, los conflictos y anhelos humanos de siempre, las preguntas de
siempre, la gran literatura, la
que es total, integral, alcanza lo imperecedero, se vuelve eterna.