Los que me inspiran


"Así, cada iglesia, cada religión, cada comunidad humana, es sólo un lugar de paso, una tienda sobre la tierra, para peregrinos que están en su camino a la ciudad de Dios." Bede Griffiths

"Debemos expresar apasionadamente nuestra visión y cada uno debe gritar del modo en que mejor sepa hacerlo" Ken Wilber



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sábado, 22 de junio de 2013

León Tolstoi, buscador espiritual y transmutante



                                      León Tolstoi y la búsqueda de la perfección

   Pocos novelistas, en mis muchos años de lectora, me han causado las profundas impresiones que me causó y me sigue causando -al releerlo- el gran Tolstoi. No quiero con esto decir que no haya otros grandes en la historia de la literatura. Los hay, y muchos de ellos también me han impresionado, pero en la literatura, como en todas las artes, hay una cuestión personal, la apreciación de una obra de arte es algo muy subjetivo. Por eso sentí la necesidad de escribir acerca de él, aunque dudo que haya algo acerca de Tolstoi que no esté ya dicho y escrito. Y no es solamente su obra sino igualmente su vida la que me sorprende y despierta mi admiración, porque el conde Tolstoi,  además de ser un gran creador, fue también místico y transmutante. 
   Desde muy joven se planteó trascendentales cuestiones, que en parte pueden haber surgido por su temprano encuentro con la muerte. El encuentro con la muerte a menudo nos despierta, nos enfrenta a las grandes preguntas, y las personas que más sufren son las más capaces de desarrollar una profunda comprensión y una penetrante percepción de la naturaleza humana. Si el dolor no las ha doblegado, se convierten en personas sensibles y espirituales, en buscadores apasionados de la Verdad. Y en la vida de Tolstoi hubo un temprano y reiterado cruce con la muerte. Su madre murió cuando él tenía apenas un año y su padre cuando tenía nueve. A esas muertes siguieron las de otros seres queridos, algunas difíciles de tolerar, como la de dos hermanos, jóvenes aún. Y todo indica que cierta obsesión con la muerte, la pregunta “¿por qué vivir si hemos de morir?”, lo acechó  gran parte de su vida, hasta que pudo calmarla su conversión religiosa. 
   En su juventud se comportó como la mayoría de los jóvenes de su clase en la Rusia de entonces (bebida, juego y burdeles); estilo de vida que censuró fuertemente en años posteriores, confesándose culpable de una gran inmoralidad, lamentando repetidamente (en sus diarios y en numerosas cartas) su comportamiento, que nadie censuraba excepto él mismo, mientras buscaba con desesperación perfeccionarse y hallar respuesta a sus profundas preguntas metafísicas.  Pero su búsqueda y sus preguntas no encontraban respuesta en las iglesias tradicionales. 
   Después de varias crisis internas, que incluyeron depresión y hasta fantasías de suicidio, tuvo una crisis moral y espiritual definitiva, alrededor de los cincuenta años, que lo llevó a transformaciones profundas y a una religiosidad muy cristiana, basada en el mensaje de los evangelios, sobre todo el del Sermón de la Montaña. Esto se tradujo en el intento de seguir de una manera total las enseñanzas de Cristo: el amor al prójimo y el altruismo en acción. Intentó de diversas maneras mejorar las condiciones de vida de sus siervos, con quienes mantenía una relación de amistad y gran respeto. Se propuso llevar una vida de gran sencillez, trabajando la tierra con las manos y realizando tareas artesanales, como la fabricación de zapatos. Se volvió pacifista, abandonó la carne, el alcohol y el tabaco, y abogó por una vida de castidad, si bien ya había engendrado numerosos hijos con su esposa Sonia. Su defensa activa del pacifismo lo hizo intervenir en numerosas causas, y propuso una filosofía cristiana libertaria que le generó muchísimos seguidores, los cuales conformaron el Movimiento Tolstoiano, que él  -sin embargo- nunca buscó fundar. 
   Volviendo a Tolstoi como escritor: encontramos en sus narraciones una penetrante comprensión de la complejidad humana y una gran preocupación por los valores morales, unido todo eso a una suprema capacidad artística para transmitir. Alimentó sus ficciones con hechos de la vida real, y en todas sus novelas hay un personaje que es su alter ego, alguien que expresa las obsesiones y preguntas que el mismo Tolstoi se hacía.
  Después de conseguir con su conversión religiosa una armonía y una paz anteriormente desconocidas, escribió la mayor parte de sus textos ensayísticos, en los que propone vivir según la ley de Cristo, y renegó de su trabajo como escritor de ficciones. 
   Las respuestas que halló abundan en sus escritos, como el siguiente  fragmento -muy interesante- que aparece en uno de sus diarios:
   “Por lo general la gente lamenta que la individualidad no retenga memoria después de la muerte. ¡Pero qué felicidad que no lo haga! Qué angustioso sería si yo recordara en esta vida todo el mal, todo lo que es doloroso para la conciencia, cometido por mí en una vida previa… Qué felicidad que las reminiscencias desaparecen con la muerte y que solo permanece la Conciencia.” 
   A pesar de su condena a las ficciones, el artista fue más fuerte que sus ideas apasionadas y extremas.  Durante esos años escribió el relato La muerte de Ivan Ilych, una obra maestra de la literatura, y la novela Resurrección.  Esta es la novela de Tolstoi que más me conmovió, si bien desde un punto de vista literario es la menos buena de sus novelas. Y me conmovió por el mensaje que transmite y los temas que toca: la culpa y su redención, la capacidad de un ser humano para transformarse, la moral puritana y la verdadera moral, que no está unida a ideas sociales que cambian con el tiempo, sino a valores trascendentes y eternos. Dicha novela fue la causa de que lo excomulgaran.                                                           
   Quiso renunciar a sus propiedades a favor de sus siervos, pero su familia, principalmente su esposa, lo impidió. Eso fue motivo de terribles peleas con los suyos, y amargó sus últimos años. Terminó su vida huyendo del ámbito familiar, con el único apoyo de su hija menor, pero una neumonía lo derribó en el camino, muriendo en una estación de trenes, a los ochenta y dos años.